Inicio

De la Pluma


Poesías

Jerusalem

Olivos por la Paz

Diplomáticas

Personalidades en fotos

Entrevistas

Reconocimientos

En lo académico

Línea de tiempo

Intro

Una vida dedicada a la paz entre los Pueblos y
la dignidad y libertad para su pueblo de Palestina

Diario La República
Montevideo, Uruguay
Sábado, 29 de noviembre de 1997

A 50 años de la partición de Palestina (ver)

Por el Embajador Suhail Hani Daher Akel
Representante de la Autoridad Nacional
Palestina en la República Argentina

Mil novecientos noventa y siete es un año muy especial para el pueblo palestino. En el mismo se cumplen 100 años de la declaración sionista en Basilea para la creación de un Estado judío sobre Palestina; 80 años de la declaración británica para el establecimiento de un Hogar Nacional Judío en Palestina; 50 años de la partición de Palestina decidida por las Naciones Unidas; 30 años de la ocupación israelí al territorio de Palestina incluyendo Jerusalem Este. Pero también se cumplen los diez años de la Intifada Palestina.

Palestina fue, milenariamente, una tierra aspirada por aquellos que detentaban el transitorio poder de turno. Desde antes de la era bíblica hasta el presente, nuestro pueblo árabe-cananeo-filisteo-semita de la genealogía palestina, resistió todas las invasiones y se mantuvo aferrado a sus raíces y a sus rocas.

Cuando el siglo pasado agonizaba y Palestina sobrellevaba casi cuatro siglos de ocupación turca-otomana, el 29 de agosto de 1897, la Organización Sionista, nacía en Basilea, Suiza, proclamando la creación de un Estado judío en Palestina.

A partir de entonces, una identidad sionista se disemina por todo el mundo bajo el concepto ideológico de movimiento de liberación nacional. Un “movimiento nacional” que, para erigir su país, aspira a la destrucción nacional de otro pueblo, el palestino.

En el juego semántico de su palabra propagadora, logra confundir el término sionista con judío y con semita hasta el punto de que aquel que levantaba sus críticas al sionismo, era considerado antisemita, aún cuando éste, puede ser de origen judío pero opositor de la confesionalidad sionista.

Esta acción le vale, en su primera etapa, que la nueva fuerza temporal de ocupación británica en Palestina, le otorgue a la Agencia Sionista, el 2 de noviembre de 1917, por medio de lord Arthur James Balfour, un Hogar Nacional Judío en Palestina, para saciar transitoriamente sus aspiraciones.

Con un país ingobernable, arrasado por la violencia, la confusión y los atentados terroristas de las fuerzas sionistas europeas que habían ingresado bajo el paraguas de la ocupación británica, Palestina víctima de una gran conspiración, es puesta a disposición de la incipiente Sociedad de las Naciones. Así pues, los sionistas logran el éxito de su segunda etapa. Sin consultar a los palestinos, el 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas aprueban con 33 votos a favor, una salomónica decisión, la resolución 181/II, concreta la partición de Palestina en dos estados: uno judío (con el 55 por ciento) y otro árabe palestino (con el 45 por ciento del territorio); Jerusalem, hasta ese momento capital natural e histórica de Palestina, debe convertirse en una ciudad internacionalizada dentro de los límites del nuevo Estado palestino.

Con la creación del Estado de Israel en 1948, ocupa el 77 por ciento del territorio palestino, mientras que el resto, reducido a un 23 por ciento, queda controlado por la tutoría transjordana-egipcia, Palestina, es, literalmente borrada de los atlas, su pueblo reemplazado por otro y sus tierras anexadas y confiscadas. De modo que el palestino se convierte en refugiado dentro y fuera de su propia patria.

Israel culmina exitosamente la tercera etapa sionista con la guerra del 5 de junio de 1967, cuando ocupa militarmente el resto del territorio palestino y el sector este de Jerusalem, junto con las alturas del Golán de Siria, entre otros territorios árabes.

Con la soberbia del poder, la intransigencia y la intolerancia, los israelíes negaron durante décadas la existencia del Estado de Palestina y de su pueblo, sumergiéndolo en sus más patéticos momentos de humillación. Pero es este mismo yugo el que hace que el pueblo palestino surja como un ave Fénix de las cenizas de la desesperanza y el 8 de diciembre de 1987, quiebre la fuerza de la ocupación e imponga la voluntad de su liberación mediante la Intifada (levantamiento popular en árabe).

Este fenómeno político-popular obligó a la reflexión. Por un lado, los israelíes, en su discusión interna, recapacitan ante la fuerza de la Intifada y comprenden que es imposible seguir llevando adelante su retórico programa de negación, represión y ocupación y al mismo tiempo buscar una salida pacífica y un desarrollo propio en la sensibilizada región. Mientras, en el campo palestino se evalúa y se concluye que de nada sirve el distintivo patriótico que nos privaba, como pecado nacional, de mencionar todo lo relacionado con los israelíes. Concluimos en que es imposible buscar justicia provocando injusticia a otros, del mismo modo que nos la provocaron a nosotros y que tampoco podemos buscar nuestra libertad a expensas de la libertad ajena, tal como fuimos víctimas, y poner en riesgo la vida de millones de personas, tal como se arriesgó la integridad de nuestro pueblo.

Lo cierto es que luego de varias décadas envueltas en violencia, dos pueblos se desarrollaron a lo largo y a lo ancho de esos 27.009 kilómetros cuadrados de la milenaria Palestina. Hoy, a estos pueblos, que consideran al país como su único hogar, y que se compone de casi ocho millones de seres humanos, es a quienes debemos salvar por sobre las aspiraciones fronterizas o la centenaria ambición. Quiérase o no, a cincuenta años de la partición, Palestina e Israel ya se convirtieron irreversiblemente en dos Estados.

Después de muchos años de tremendos desencuentros y agudo dolor, palestinos e israelíes logramos estrechar nuestras manos, comenzar a reír juntos y aprender a compartir las pequeñas cosas. He aquí nuestro leit motiv, salvar y mantener vivo este difícil proceso de paz, que nos permitirá definitivamente, convivir con dignidad y tolerancia como dos estados soberanos y dos pueblos libres en un mutuo desarrollo económico, social y cultural.

De otro modo estaríamos retrocediendo y dando lugar a los viejos vicios de quienes desean ver a nuestros pueblos enfrentados y brindando con el cáliz de sangre.

Volver
Volver
Página en inglés